martes, 3 de abril de 2012

Cuento no. 4: Alfonso y Toño.

Un redoble de tambor en su sueño, en realidad era un repiqueteo constante en su despertador. Un día más comenzaba para él, mientras que su cuerpo se tornaba más insoportable con los años de constante esfuerzo. Se sentía un punto difuso en el mundo que le aguardaba, ahí echado en la monotonía de su modesta habitación. Lento y seguro se preparó el baño, luego el desayuno y dispuso uno más de sus días a su trabajo habitual.

Al otro lado del corredor en la habitación contigua, otro hombre de muy parecido aspecto al suyo seguía dormido, totalmente enfrascado en la tarea tan particular del soñador. Siempre soñaba algo distinto que podía recorrer de lo hermoso y grandioso a lo terrible y ensordecedor.

Los dos hermanos se desenvolvían con extraña familiaridad, la que se logra con años de convivir a marchas forzadas. Desde niños, siempre distante uno del otro, pero con la obligada tarea de trabajar juntos. La rutina los había hecho inconformes y al siguiente minuto, resignados.



-Toño, levántate de una buena vez, hoy llega mercancía nueva y hay que hacer inventario.
-Aja sí...-Toño se sentía distante en su sueño, aquél dónde él era el jefe. Donde todos lo miraban con respeto. Se levantó y al instante la pesadez del recién despierto lo sorprendió. Le irritaba."El cuerpo es algo miserable en verdad" pensó.
La modesta tienda de abarrotes que los hermanos administraban se les asignó algo así como por obligación, heredada por sus padres. Era un lugar anticuado en medio de una ciudad ruidosa y sucia que se creía enfrascada en la modernidad.

Sus personalidades se funden en la triste y común dualidad. Mientras uno es resignado y ordenado, el otro es inconforme y caótico. Cada día un lío entre los dos.
Alfonso se cansaba de buscar soluciones a cada uno de los problemas que ocurrían en su negocio debido a la poca preocupación de su hermano. Era como si Toño no sintiera remordimiento alguno sobre lo mal que se desempeñaba en sus responsabilidades en la tienda. Y es que hallar una solución era difícil, como lo son siempre las situaciones frustrantes.

Un día Antonio llegaba con algo de mercancía que encontró a un bajo precio, de una tienda de abarrotes cercana que ya no pudo mantenerse y finalmente quebró. Interesado vio que su hermano buscaba con su despreocupación habitual, algo en el refrigerador de refrescos.

- ¿Qué buscas?
-Una coca, pero no hay.
-Si lo hubieras acomodado todo tú mismo sabrías donde están, mira.
-Ah gracias, es para él.-dijo mientras señalaba a un sujeto a primera vista totalmente desalineado.

Era el mendigo de la cuadra. Alfonso lo vio como siempre: perdido en su mundo y sin recordar por qué exactamente había acabado así. Cojeaba de una pierna y sólo podía especular al respecto.

-No lo vayas a tocar cuando le des el refresco.
-Da igual.
-¿Por qué no tomas en cuenta mis consejos?
-Te preocupas demasiado.
-Si sigues así podrías acabar como él.
-Pues mejor vamos haciendo amistad de una vez, pa´ que me tenga un lugarcito en el parque de indigentes. Aquí tiene, su coquita bien fría...

El mendigo ni terminó de escuchar la frase, tomó la bebida que él sentía un elixir y aventó las monedas. Se fue cojeando como siempre.

Una vez más Alfonso trató de entender la actitud de su hermano y una vez más se le hizo una tarea imposible. Con el tiempo comprendió que había desperdiciado su vida haciendo algo que él creía que era su deber, pero sólo lo hacía infeliz. Encargarse de su pequeño negocio y aguantar a su hermano comenzaba a dejar de tener sentido.

Alfonso pensó: "Debe haber algo más que eso, más que los inventarios de mercancía, más que las cuentas qué pagar a los proveedores, más que las ensoñaciones, más que los eternos dilemas cotidianos, más que los mendigos con cojera. Más que todo lo que he hecho hasta ahora".
Empezó a dejar de preocuparse tanto e incluso veía con agrado de los sarcásticos chistes de su hermano. Dejó de tomarse todo tan en serio, hasta se reía de sí mismo. Tomaba viajes cortos, primero a parques cercanos, después iba cada vez más lejos. Encontraba algo extrañamente satisfactorio en viajar. Personas nuevas, lugares nuevos, que al final eran sólo eso: lugares y personas.

Llegó el momento en que decidió cerrar la tienda y rentar al lugar para un giro distinto. Cuando se lo informó a su hermano, éste se mostró incrédulo. ¿Qué haría ahora él solo? ¿De qué trabajaría?

-No sé, pero es obvio que esto nos hace infelices a los dos. – Dijo Alfonso.-Una parte de la renta será tuya y la otra mía. Tengo algo de ahorros, así que las primeras rentas serán para ti. Inviértelas en algo de provecho. Me iré de viaje y no sé cuando regresaré.

Después de un tiempo, Toño Duarte se hizo a la idea. Ya no tenía lo regaños de su hermano molestándolo, pero lo extrañaba de algún modo. Sin alguien que limitara sus ensoñaciones y pereza se dedicó a pasar los días paseando y observando su entorno. Algunos viejos clientes le preguntaban el por qué del cierre de su negocio y Toño no sabía qué contestar, así que los demás pensaban que también a ellos los había alcanzado la crisis. Sin embargo era otra clase de crisis la que había alcanzado a los hermanos.

Toño deseaba para sí mismo todo tipo de objetivos, pero nunca los llevaba a la práctica, resultaba más fácil hacer lo que siempre había hecho. Sencillamente había preferido la comodidad de esa elección. Entendido esto, se dio a la tarea de dejar las ensoñaciones a un lado y ponerse a trabajar en algo nuevo.

Cada uno a su manera, comprendió que el diario transcurrir de los días no tiene mucho que ver con lo que todos creen. Si todo es tan temporal, incluyendo las emociones y las circunstancias lo mejor es permanecer lo más ecuánime posible y cumplir con el trabajo que uno elije.

Un año completo después, Alfonso Duarte regresaba a casa. Bronceado por constante exposición al Sol y con una mirada que logra aquél que está satisfecho en sí mismo, fue en busca de Toño. Sin embargo no encontró a nadie en casa. Buscó en todas las habitaciones, que no eran muchas y sólo se topó con la ausencia de su hermano. Extrañado notó una hoja en la mesa que no había visto antes, estaba algo sucia pero con buena letra. Decía:

"Siempre estuve absorto en deseos inútiles que sólo me elevaban a una realidad lejana e inexistente, así que he decidido dejar de desear tanto y dedicarme a algo más terrenal. ¿Y qué puede haber más terrenal que trabajar? En serio hermano, he tenido muchos trabajos en todo este tiempo. Sin embargo he decidido trabajar sin paga alguna, ya que he descubierto que se puede vivir con lo más básico. Los jefes que he tenido creen que tramo algo y me despiden sin explicación. Pero siempre habrá alguien más que acepte a este loco. He aprendido algo: hacer sin esperar nada a cambio, trae paz.

PD. Volveré algún día casa... tal vez."


Ilustración cortesía Inés Pacecho Mondragón.

1 comentario:

  1. Pues bueno, me recordó a mi hermano y a mí, que iniciamos juntos el negocio que tengo ahora, pero él tomo otros rumbos más normales, con una historia en Monterrey que aún no tiene desenlace.
    También me recordó a la novela "Ciudad de cristal" de Paul Auster. No sé si ya la leíste.
    Ah y también a la película "Un cuento chino", jejeje.
    Muy bien Lore, que bueno que vuelves a escribir, muy agradable leerte! :D

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