La respuesta de su hija, fue tan sólo una mirada enfadada. Qué podía saber aquella mujer? qué derecho tenía a generalizar las reglas de la vida?... reglas.
Antonia las detestaba desde que tenía memoria, todas ellas carecían de total sentido y sin embargo al crecer se dio cuenta de que las necesitaba. Eso la hacía sentirse contrariada y confundida. Pero era peor cuando su madre se las imponía.
A momentos detestaba a su madre, pero pacientemente Antonia recordaba que eso era natural, a lo largo de su crecimiento siempre observaba a otras personas, amigos, vecinos, gente de la calle. Y así se daba cuenta de que todas las personas tenían problemas con sus madres, estaba segura de que todos en algún momento las detestaban al igual que ella.
Sin embargo se aterró al conocer casos extremos, donde algunas personas totalmente dementes llegaban al punto de asesinarlas... "no, mi caso es moderado", se repetía.
Las vacaciones de verano comenzaban y la escuela dejó de ser el pretexto perfecto para no estar en casa, al menos por un mes. Durante ese tiempo, Antonia hizo planes para hacer muchas cosas, actividades, salidas, siempre se felicitaba a sí misma por ser más optimista que la mayoría de la gente. Así, cuando se equivocaba o no podía hacerlo todo como ella quería, se reprendía mentalmente por darle a su madre la razón.
Las vacaciones terminaron, llegó la escuela y todo lo demás, pasó mucho tiempo y Antonia seguía empeñada en hacer muchas cosas y trataba de convencerse a sí misma de que sólo era cuestión de "querer para poder".
Sin duda fue muy exitosa al ser mayor y su repudio a las reglas se esfumó, pero siempre se sentía... frustrada... y frustrada de nuevo. Lo detestaba.
Recordaba a su madre diciéndole del todo convencida que "nada será exactamente como queremos", pero estaba segura que ese lema no podía ser de alguien más que de un perdedor.
Así siguió con su vida y los años de frustración y poca satisfacción a pesar de todo lo obtenido, comenzaron a cobrarle factura. Tenía canas prematuras, el abdomen caído por el estrés y tristemente se daba cuenta de que su par de senos no estaba mejor.
Un Viernes, cansada del tráfico de la semana, decidió dejar el auto para tomar el transporte público y mientras lo abordaba pensó con ironía: "si, mejor pagar unas monedas para que alguien más se quiebre los riñones manejando". Al escuchar su propio comentario mental, se sintió fuera de sí y al observar al resto de los pasajeros se sintió aún peor. Todos lucían cansados o molestos de sobremanera y enseguida se preguntó a sí misma en qué se había convertido.
"Soy peor que mi madre y he encaminado mi vida lo más lejos posible de la suya. Cómo no lo vi antes?, le di tanta importancia a un trauma tan vanal y me he convertido en un zombie más de los que están aqui!!"
Cuando llegó el momento de bajarse del autobús lo hizo totalmente consternada, pero con naturalidad. Realizó su jornada laboral aparentemente normal y sólo pensaba en lo que haría después. Llegó a casa... pero no con renovado optimismo, ni con una nueva idea como: No podemos controlarlo todo y no por ello debemos sentirnos inferiores. De hecho eso ni siquiera le pasaba por la mente.
Sólo pensaba en tomar un baño... el cual por cierto sería el último.
Días después, la oficina era un caos por los chismes, todos recibían atónitos la noticia y murmuraban sobre la posible causa de aquella tragedia.
"La licenciada Antonia se suicidó" se repetía por aquellos pasillos.
En el funeral, su madre, contemplaba pálida y avergonzada el cadáver de su hija y se reprochaba una y otra vez por que siempre había olvidado completar la frase:
- "Nada será exactamente como queremos Antonia... pero siempre hay otra opción".