El pequeño niño se imaginaba entre nubes de seda o en un mar muy suave y reluciente, sencillamente le gustaba imaginarse así.
Después, una voz fuerte y al mismo tiempo nerviosa llamó su atención.
-¿Samuel?, hijo dónde estás.
Samuel conocía bien esa voz. Solía ser muy dulce, molesta, preocupada. Solía ser su madre que lo llamaba a lo lejos.
Se incorporó y fue a la fuente del sonido.
Apenas vio al delgado y vulnerable niño, la bella y pálida mujer lo recibió molesta. Otra vez vagando por la tienda departamental mientras ella decidía qué conjunto comprar. Detestaba eso, en realidad detestaba muchos aspectos del comportamiento del pequeño Samuel y al mismo tiempo se sentía culpable por tales pensamientos.
Pero a quién se supone que debería de reprocharle que, a sus cinco años, rara vez dijera una sola palabra?.
"Siempre pareció un niño prometedor" decía su esposo antes de dejarlos definitivamente.
Al recordar esto, Fernanda sintió que el estómago le daba un giro y tragó saliva lo mejor que pudo. Se decidió por un fino vestido, al mismo tiempo que elegante y salió de la tienda.
Después de su matrimonio fallido, ella y Samuel se mudaron a casa de sus padres. La amplia residencia le resultaba grande y vacía. Le parecía así desde niña y no sentía que hubiera cambiando en lo absoluto. Se preguntaba cómo le parecería a su hijo.
Samuel recordaba perfectamente el día que llegó allí. La fachada era tan enorme que le asustó la posibilidad de que la construcción se derrumbara y cayera sobre él, aunque inmediatamente imaginó que las paredes en realidad eran de cartón y sólo sentiría cosquillas.
Para él su mundo era maravilloso, lleno de aventuras y diversión. Disfrutaba cada momento de modo tal que no veía por qué gastar tiempo entonando palabras fugaces. De vez en cuando llamaba a su madre por su nombre y jamás llamó de forma alguna al hombre que solía vivir con ellos en su hogar anterior. Por ello para el resto de las personas Samuel sólo era un niño debilucho y serio, sin algo interesante que aportar.
Durante la noche de gala que tenía lugar en la residencia de sus padres con motivo de los 30 años de matrimonio de estos, Fernanda se encontraba en medio de una conversación incómoda:
-Y dime, qué colegio elegirás para Samuelito?-preguntó una tía, hermana mayor de su madre.
- aún no lo decido
-podrías inscribirlo en el mismo al que ha acudido la familia por generaciones.
- es una educación muy estricta, no sé si sea lo mejor para él y aún es muy pronto para decidir, no ha cumplido los seis años.
-bueno, es importante que te decidas, cuanto antes mejor. Todos queremos lo mejor para él y que supere la situación difícil de tu divorcio. Por cierto, ¿cuál fue el diagnóstico del psicólogo acerca de su trastorno del habla?
-tía, le agradezco su preocupación, pero preferiría hablar del tema en otra ocasión. Ahora, son mis padres los que deben llevarse todas las miradas.
-tienes razón, brindemos por los enamorados.
Fernanda disimuló lo mejor que pudo el coraje que la embargaba y una a una las emociones le llenaban la mente y las entrañas. Las cienes comenzaron palpitarle, aumentando su molestia. Salió lo más discreta y rápidamente posible y al llegar a su habitación, tomó un joyero (regalo del que fue su esposo) y lo estrelló contra la pared.
Sintió que Lo que se rompía, eran sus ánimos y todo lo que había deseado para sí misma. Detestaba la hipocresía de su entorno y la frustración que le provocaba el extraño comportamiento de su hijo. Aún enojada y exhausta se tiró en la cama a mirar el vacío.
Después de largo rato concluyó que fue el apego a su idea de vida perfecta lo que provocó todo aquél absurdo sufrimiento.
Al día siguiente tomó el dinero de la venta de la casa, donde vivió los primeros años de su matrimonio y se fue con Samuel lejos de la gran residencia, lejos de la hipocresía que ya no toleraba.
...
Meses después, la tarde de un día común. En el jardín de una pequeña casa,una mujer y un niño vestidos con uniforme de una escuela cualquiera (uniforme de educadora y de alumno respectivamente), descansaban sobre el pasto tibio por el sol. Sus rostros normalmente pálidos estaban sonrojados y sin necesidad de palabra alguna, disfrutaban la mutua compañía y la paz.
Al final del momento tranquilizador, Samuel se incorporó con las rodillas un tanto acalambradas, (como tantas otras veces) y de forma impaciente preguntó a su madre:
-Fernanda, tengo hambre. ¿Ya podemos entrar a comer?
Siempre he creido que las personas que no hablan mucho son aquellas que están detrás de lo poco bueno que queda de la humanidad, escritores, científicos, cineastas, etc. Un poco de autismo hay en ellos seguramente, que les permite apreciar el mundo de manera diferente y no hablar sino hacer algo por lo que está mal o hablar hasta que se tenga algo importante que decir. Por otro lado están las personas que hablan todo el tiempo sin sentido, siempre procurando obtener algo material, ventas e imagen pública, tener el mejor carro y la mejor casa... y seguir hablando. Un termino medio (sin conotaciones carnivoras claro) es lo mejor :D.
ResponderEliminarPeliculas que me vinieron a la mente:
Clarosocuro (Shine, 1996); Billy Elliot (2000); Charlie Bartlett (2007) ah y claro que Little miss sunshine.
:D glad to read you. Greetings!
wow! me agrado la complejidad de dar a entender como el simple hecho de hacer a un lado todo lujo y opulencia material (que no es nada facil) puede hacer notar la verdadera belleza de una vida bien aprovechada ''siempre hay una opcion'' me gusto mucho :)
ResponderEliminaratt :temo
Jejeje gracias por sus comentarios, saben que los aprecio mucho. Saludos a ambos :)
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